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Hoy viajamos a Canadá para presentarle a Robin Ayoub, director general de Lionbridge en Canadá y presidente de la CLIA (Canadian Language Industry Association). Le apasiona encontrar nuevos clientes y conectar con otros profesionales de la traducción en todo Canadá. Cuando no está trabajando, dedica su tiempo a la fotografía y la jardinería.
Desempeño un doble papel: soy vicepresidente de ventas y director general de Canadá. Dedico gran parte de mi trabajo a la atención al cliente, y trabajo mano a mano con el equipo de ventas para conseguir nuevos negocios y gestionar los existentes. La otra cara de mi trabajo es representar a Lionbridge en Canadá y trabajar con el equipo directivo local para garantizar excelentes resultados en todo lo que hacemos para Lionbridge y nuestros clientes.
Para mí, lo más emocionante es conseguir clientes para la empresa. Pero también me encanta trabajar con todo el equipo: con los años, se han convertido en parte de mi familia.
Me ha dado la oportunidad de estar en contacto con la industria lingüística de todo el país. Me permite conocer lo que ocurre en el sector y trabajar con todas las partes para mejorarlo; es fascinante. Ahora mismo estoy trabajando en la organización de un congreso nacional.
Si pienso en mis inicios, hemos dado un salto estratosférico. Recuerdo mi primer día de trabajo en ventas: me pusieron delante un teléfono y las páginas amarillas, y me dijeron que empezara a vender. En cambio, ahora tenemos herramientas y estrategias innovadoras para contactar con los clientes. Del mismo modo que han cambiado las ventas, también lo han hecho nuestros clientes. Al comienzo de mi carrera comercial, se ponían mucho más en nuestras manos. Ahora, en cambio, plantean muchas preguntas. Y hacen bien, ya que la traducción se basa más en procedimientos y está mucho más organizada.
También hemos evolucionado desde el punto de vista tecnológico. Cada vez nos llegan más contenidos para traducir, y para procesarlos con mayor rapidez debemos seguir el ritmo de los avances tecnológicos.
Desde hace unos diez años, vivo en el Área Metropolitana de Toronto, en una zona residencial llamada Mississauga. Vivo ahí por un motivo que tiene cierta gracia. Siempre me ha encantado viajar. Antes vivía en la zona este de la ciudad, y un día estuve a punto de perder el vuelo por culpa de un atasco de cuatro o cinco horas. Decidí mudarme a solo diez minutos del aeropuerto de Toronto para que no me volviera a pasar. Por supuesto, desde la pandemia no viajamos tanto.
Empecé a montar luces navideñas cuando me mudé a esta casa: en nuestra calle no había iluminación y decidí hacer algo pequeño el primer año. El siguiente añadí algunas cosas, y ya no paré. He llegado a un punto en el que necesito ayuda para poner todas las luces. Suelo empezar el montaje la primera semana de noviembre y no termino hasta Nochebuena. Es increíble ver la reacción de la gente, nadie quiere perdérselo.
No empecé a poner las luces para ganar ningún premio, lo hice por ellos. Nos invitaron a participar en el concurso de la ciudad y ganamos el año pasado. El último ha sido una locura: llegó a haber tanta gente que tuvimos dos coches de policía para organizar el tráfico delante de casa.
Soy aficionado a la fotografía, en especial, en «slow motion» con disparo retardado. Me encanta ver cómo la luz atraviesa los sensores.
En verano también disfruto con la jardinería y dando una vuelta en bici por el barrio.
Tres: francés, inglés y árabe, aunque creo que podría aprender español bastante rápido si me lo propusiera.
Hace años, uno de mis mentores me dijo que nunca aceptara un acuerdo en el que las dos partes estuvieran descontentas. Si una de las partes está satisfecha, habrá forma de arreglarlo, aunque la otra no lo esté. Sin embargo, si no gusta a ninguna de las partes, jamás podrá salir bien.